martes, 10 de junio de 2014

El crimen o el derecho de ser migrante

“Los derechos humanos no son una cuestión de caridad, ni una recompensa por cumplir las leyes de inmigración. Los derechos humanos son algo inalienable que todo ser humano posee, esté donde esté, sean cuales sean sus condiciones”, esto es lo que la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la sudafricana Navi Pillay, se vio obligada a recordar a los europeos en Ginebra en 2011. Y es que parece que en Europa se nos olvidan estas nociones tan lógicas, elementales y consabidas desde hace muchos años. Nociones de las que por otra parte nos hemos auto designado padres creadores y guardianes indiscutibles.

Migrar es un derecho humano básico. Los migrantes están amparados por todos los textos legales que salvaguardan los derechos y libertades fundamentales. El principal y más alto tratado internacional, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por Naciones Unidas en diciembre de 1948, establece en su artículo 1 que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. En su artículo 2 especifica que “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna, por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.” En el artículo 9, también recuerda que “Nadie podrá ser arbitrariamente arrestado, detenido, ni desterrado.” En el 13.1 dice que “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.” Y en el artículo 14 “Toda persona tiene derecho a buscar y disfrutar de asilo en otros países contra la persecución.” Pero las leyes más fundamentales son papel mojado, letra muerta, frases bonitas y vacías que invocar en cualquier ocasión. 

En España, Europa y Occidente en general vivimos un momento crítico de la historia. El sistema capitalista liberal ha entrado en crisis. Los dirigentes lo llaman crisis económica, pero ya nadie puede negar que la crisis en realidad va mucho más allá, es estructural. Los gobernantes hablan de economía porque en este sistema en decadencia lo que cuenta es el mercado y el dinero. Podría decirse que no nos hemos estresado, como “sociedad global desarrollada”, hasta que no nos han tocado lo único que parece importarnos: el dinero. Y es que nos han educado, o des-educado que dirían algunos, para que no valoremos más que el poder consumir y que lo mejor que queramos para nuestros hijos sea que puedan consumir cuanto más mejor. Nos han des-educado para que midamos el bienestar y el valor de todo y todos en dinero. Con esta educación tan simple e insuficiente no estamos preparados para enfrentamos a los graves recortes en derechos y en libertades fundamentales que nos está tocando vivir.

La ira de los ciudadanos europeos busca culpables de esta situación y, aunque muchos atinan a señalar al sistema financiero global y local, otros miran, como el ignorante, al dedo acusador de los dirigentes. Los dirigentes ignominiosos, esto es un clásico, acusan al de fuera y al más débil de todo lo malo, es el más fácil de castigar y el que no cuenta con medios para hacerse oír y combatir al dirigente falaz. 

Los inmigrantes, que ya eran las víctimas más castigadas de la crisis ¡y del sistema desde sus mismísimos comienzos!, se llevan los palos de la ira y la ignorancia ciudadana, con el resurgimiento de las agrupaciones xenófobas en toda Europa, que se aprovechan de que no estamos educados, en conjunto, para mirar más allá del dedo de los dirigentes. Los creemos cuando dicen que los migrantes vienen a robarnos los servicios sociales, el trabajo, la vivienda, las ayudas y hasta el pupitre de nuestros hijos en la escuela. Si mirásemos un poco más allá del dedo acusador, veríamos la realidad que se muestra grande y firme como es siempre la verdad: los servicios, el trabajo, la vivienda y los pupitres de la escuela nos lo han robado ya los que gobiernan el mundo, a nosotros ahora y a los migrantes antes que a nosotros, y ahora nos están engañando y manipulando para que linchemos a inocentes que no se pueden defender, no sea que nos dé por linchar a los verdaderos responsables.

Da miedo comprobar que ha dejado de ser insignificante la minoría que se une a estos movimientos xenófobos, que cada día crecen más, pero hay que destacar sobre todo que la mayoría de los ciudadanos europeos no aceptamos de ningún modo las falacias de los políticos cuando acusan a los migrantes de nuestras desgracias. Hay mucha más gente que se une para cuestionar ante altas instancias la colocación de cuchillas asesinas en las vallas de Ceuta y Melilla, la criminalización de los inmigrantes, mucha más gente que se ha conmovido con la muerte masiva de migrantes en Lampedusa y quiere actuar para que no se vuelva a repetir semejante tragedia humana.

Las declaraciones de los ministros y responsables políticos de turno no convencen, sus respuestas son como diálogos de besugo con la razón. ¿Cómo que seguirán poniendo cuchillas en la valla mientras nadie le dé una medida de disuasión mejor? Pero si está demostrado que No son medidas de disuasión, además violan tratados internacionales fundamentales, como los Derechos Humanos, y su crueldad recuerda a oscuras épocas de la humanidad que creíamos superadas. Declaran en público que van a ser justos con los migrantes llegados a Lampedusa… ¡pero solo con los muertos! Darán la nacionalidad a los muertos, pero los vivos seguirán encarcelados y sin ver respetados sus derechos más básicos, como el de pedir asilo. 

Desde el gobierno, se criminaliza a los migrantes implantado leyes que contradicen los mencionados tratados internacionales fundamentales y la razón más elemental. CIE’s, redadas racistas, deportaciones y detenciones ilegales, penalización de la venta ambulante, penalización de la ayuda al migrante, penalización de la protesta ciudadana, penalización de la solidaridad… Todo esto parece una lucha constante de las personas contra sus dirigentes. No hace más que un par de años que se logró despenalizar “la manta” y ahora vuelven a debatir en el congreso su penalización. Y así con todo lo demás.

“¿Cuántas Lampedusas serán necesarias para que no haya más Lampedusas?”, se pregunta Forges. ¿Qué hacemos para romper este círculo vicioso? ¿Será posible hacerlo?

Una verdadera institución en la lucha por la justicia y la dignidad humana, que nos dejó a finales del aciago 2013, Nelson Mandela, ya señaló la mejor de las soluciones hace mucho cuando dijo que “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Con educación será difícil que los dirigentes nos manipulen. Con educación miraremos más allá del dedo acusador. Con educación, podremos desobedecer leyes injustas con la conciencia tranquila de quien está haciendo lo correcto, como hizo Mandela y tantos otros que lograron cambiar el mundo.

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